Mientras que Suiza 1958 reveló a un jugador sorprendente y distinto, que alumbraría una nueva visión del mundo, Chile 1962 fue la Copa del Mundo que confirmó que Edson Arantes Do Nascimento, «Pelé», era una estrella mundial, destinada a convertirse en la leyenda, pese a que anotó un solo gol y apenas jugó 115 minutos.
En nuestro país, el 10 brasileño no solo logró su segundo Mundial con apenas 21 años. Dejó jugadas y momentos inolvidables pese a que solo pudo disputar el primer partido completo de la fase de grupos y poco más de 30 minutos del segundo a causa de una lesión que le apartaría de forma definitiva del torneo.
Fue otro de los grandes, su compañero en ataque Garrincha, la estrella de un campeonato en el que también brilló la Roja, que se apuntó un tercer puesto, y que será recordado por la dureza, las peleas en el campo entre jugadores y una violencia que llevó a que cuatro años después aparecieran las tarjetas amarillas.
Pelé llegó a Chile convertido ya en un jugador planetario, perseguido por la prensa y los aficionados en el hotel de concentración de la Canarinha en Viña del Mar, donde disputó su único partido completo.
El desgarro y la lluvia de patadas
El segundo partido enfrentó a Brasil con la poderosa Checoslovaquia en un choque sin goles que dejó al mundo sin la magia del jugador del Santos: superados apenas 25 minutos, sufrió un desgarro por las constantes patadas que recibió, que le apartó de la competición.
Pese a que su máxima estrella estuvo como espectador el resto del campeonato, Brasil no tuvo problemas para hacerse con la Copa del Mundo, y aunque su aparición fue poca para los fanáticos, imprimió en la memoria chilena y del mundo el talento que luego, como un futbolista maduro, demostraría en México 1970.
Allí se convertiría en leyenda al lograr, con 30 años, la tercera Copa Jules Rimet tras un ingrato paso por Inglaterra 1966.