Una mujer venezolana, identificada como Marianis, encendió nuevamente el debate sobre la crisis migratoria en la frontera norte de Chile. Tras dos meses intentando rehacer su vida en el país, declaró en el matinal Mucho Gusto, que “Chile no me gustó, no me dio lo que creía que me iba a dar”, y anunció su decisión de regresar a Venezuela.
Marianis —que actualmente se encuentra varada en el paso fronterizo de Chacalluta, en la región de Arica y Parinacota— aseguró que no busca quedarse en Perú ni seguir en Chile: “Nosotros no le estamos pidiendo ni a Chile ni a Perú que nos pague nuestro pasaje… queremos volver a nuestro país”.
“Chile no me dio lo que esperaba”
El testimonio de la mujer caló hondo en redes y programas de televisión. Desde el estudio, el periodista José Antonio Neme reaccionó con dureza, cuestionando la coherencia del relato: dijo que le parecía “muy particular” que alguien tras vivir “el periplo migratorio de cruzar cinco países, llegar a Chile y en dos meses desistir” pretenda volver —y aventuró que muchos de esos casos involucran “condiciones al borde del delito”.
Pero más allá del choque mediático, lo que luce evidente es el desencanto de una parte de la migración venezolana: las expectativas de un mejor futuro chocaron con la cruda realidad de la espera, la precariedad, la hostilidad y la incertidumbre fronteriza. Las reacciones de Neme —y de varios sectores del público— no hacen sino subrayar la polarización social: algunos sostienen que los migrantes “no aguantan un mes” en Chile; otros, que los testimonios como el de Marianis son la evidencia de que muchas promesas de integración terminan en desencanto.
Este caso —uno de muchos— revela que el drama migratorio en Chile no es solo una cifra. Son historias de esperanza, frustración, retorno. Y aunque el país vive una profunda crisis de identidad social y migratoria, son esas historias las que claman por soluciones reales, humanas y dignas.















