El intento del municipio de Ñuñoa por rendir homenaje al actor Héctor Noguera terminó en un estallido político. A pocos días del fallecimiento del artista —símbolo del teatro en Plaza Ñuñoa—, el alcalde Sebastián Sichel propuso renombrar la calle Jorge Washington en su honor, gesto que pretendía cerrar la historia con un símbolo urbano. Pero la iniciativa chocó con una pared: el concejo municipal la rechazó, y lo que era homenaje se convirtió en agrio cruce.
La tensión se condensó en la sesión: cuando la concejala y periodista Alejandra Valle argumentó que el cambio se había hecho “sin consultar a vecinos”, Sichel respondió al borde de la exasperación: “Sí se hizo consulta…”, comenzó, antes de ser interrumpido por Valle.
Lo que siguió fue una frase que resonará en los pasillos: “¡Estoy hablando yo, concejala!”. El reproche expuso más que disenso: mostró la fragilidad del vínculo entre la autoridad comunal y quienes están, supuestamente, para fiscalizarla.
La pelea de Sebastián Sichel y Alejandra Valle
Para Sichel, el rechazo del concejo —con votos de la mayoría representada por partidos de izquierda y centroizquierda— es una derrota simbólica. “Perdimos la oportunidad de homenajear a un gran actor, justo frente al teatro que dirigió, por darse gustos políticos”, dijo con amargura, acusando que en decisiones de memoria cultural “se antepone la política”.
Pero para Valle —y otros concejales opositores— la arenga no fue sobre memoria artística, sino gobernanza. Alegaron que la medida no fue socializada adecuadamente con quienes viven en la calle, que no hubo un verdadero proceso participativo y que los costos prácticos (como cambios de dirección, notificaciones y logística urbana) no fueron evaluados.
En su voz, la negativa fue una decisión de fondo: “No podemos tomar decisiones sino por el bienestar de los vecinos de Ñuñoa y lo que les pase a quienes viven en la calle”.
Más allá del teatro, la disputa refleja mucho de la política comunal actual: mientras un sector apuesta por los símbolos, la memoria y los homenajes culturales, otro exige concreción, participación real y decisiones con impacto tangible en la vida diaria.
Pero lo que era una idea simbólica terminó siendo un termómetro del deterioro del diálogo interno, con reproches, voces levantadas y una pregunta abierta: ¿representa un nombre en una placa un verdadero homenaje, o sólo un gesto cosmético que intenta cubrir ruidos de fondo?
Si quieres, puedo revisar qué opinan los vecinos de la calle Jorge Washington —algunos aparecieron en medios denunciando la falta de consulta— y mostrar cómo se distribuyó la resistencia real al cambio de nombre.















