El episodio protagonizado por Jaime Campusano —el llamado “profesor Campusano”, académico de la lengua y figura recurrente en redes— ha escalado mucho más allá de una discusión privada. Una reciente publicación en su cuenta de X, en la que confesó haber “agarrado a xuxadas” al chofer de una app de transporte que lo instó a votar por la candidatura de Jeannette Jara, se transformó en viral.
Lo que para algunos quedó como una anécdota de mal gusto —o de intolerancia—, para otros reviste gravedad: los comentarios se cruzan con el clima de confrontación política que recorre Chile en plena campaña presidencial.
Campusano no es un desconocido del ámbito público. Sus opiniones radicales en favor de José Antonio Kast han sido constantes —publicó en mayo que “Jara no tiene prestigio político en Chile” y en agosto adelantó que, tras un eventual fracaso, ella “tendría que postular a una vacante de profe en Limache”.
Profesor de la lengua, insultos y polarización
Su declaración fue el detonante: con “el diccionario de lado”, según sus propias palabras, respondió a un desconocido que simplemente le dijo “vote por Jara”, acusándolo de ingenuo y apelando a un insulto físico.
Lo ocurrido pone en evidencia dos cosas: primero, la profunda polarización cultural y política que vive el país; y segundo, cómo figuras del mundo académico o mediático usan su altavoz —y credibilidad— para expresar agresiones que muchas veces rozan la violencia simbólica.
Los comentarios de Campusano generaron cientos de réplicas, en su mayoría críticas: “Me queda claro lo ‘respetuoso’ que eres con el que piensa distinto… sólo te faltó dispararle y hacerlo desaparecer”.
Pero quizás lo más alarmante es que este tipo de episodios no ocurre en el vacío mediático: llega en medio del tramo final de una campaña presidencial marcada por la tensión, la polarización y el miedo. Poco antes, la candidata Jara ya había enfrentado otra polémica cuando sus adherentes gritaron en su acto masivo “el que no salta es paco”: una consigna contra las fuerzas policiales que volvió a encender las alarmas en torno a su capacidad de controlar a su electorado, y generó duros cuestionamientos desde la derecha.
En ese contexto, el incidente con Campusano adquiere un carácter simbólico. No se trata solo de una intolerancia personal, sino de un síntoma de los tiempos: cuando un ciudadano —o académico— considera normal “agarrar a xuxadas” a otro por su preferencia política, emerge la pregunta incómoda: ¿qué tan frágil está nuestra convivencia democrática?
Si hoy la polarización no solo divide ideas, sino que legitima la agresión verbal —cuando no física—, estamos ante un reto mucho más profundo que una campaña electoral. Es un aviso de que el abismo entre visiones de país ya no se debate: se insulta, se amenaza, se deshumaniza. Y de esto, Campusano no fue un accidente —fue una señal.















