El gesto de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, histórico dirigente democristiano, al recibir al candidato de derecha José Antonio Kast en plena recta electoral no cayó bien dentro de su propio partido. Este miércoles, la secretaria general de la DC, Alejandra Krauss, cargó con dureza contra lo que definió como una «decisión incomprensible» que pone en riesgo el legado histórico de la colectividad.
Krauss advirtió que la reunión entre Frei y Kast atenta contra la memoria de figuras fundacionales del partido —como su padre, el fallecido Eduardo Frei Montalva— y pone en entredicho lo que la DC “ha querido ser y comprometerse con Chile”. Para ella, el episodio no es una diferencia coyuntural, sino un quiebre en la identidad del partido.
Nuevas voces se sumaron al reproche. El diputado Jaime Mulet, aunque no es de la DC, recalcó que el liderazgo de Frei —según su visión— está “agotado” y ya no cuenta con la fuerza para movilizar adhesiones suficientes como para legitimar una hipotética alianza con fuerzas de ultraderecha.
Apoyo implícito de Frei a Kast
Mientras tanto, en las filas oficialistas de la DC, crece el descontento: muchos temen que el acto de Frei sea interpretado como una suerte de “bendición moral” a Kast, en particular considerando que el partido ya formalizó su respaldo electoral a la candidata Jeannette Jara.
El riesgo para la DC trasciende lo electoral. El episodio expone una lucha por la definición ideológica: ¿es la DC un partido de tradición de centroizquierda, humanista-cristiana y socialdemócrata, o una casa abierta a pactos de conveniencia con la derecha conservadora cuando convenga? La dirigencia —hoy fragilizada— deberá decidir en las próximas semanas si impone disciplina interna, repara el daño al legado histórico o asume que la fractura ya es irreversible.
Este choque político llega en un contexto en el que el electorado, dividido y desencantado, observa expectante cómo los partidos tradicionales reinterpretan sus códigos: una disputa entre aquello que la DC fue —y decía representar— y lo que algunos quieren que sea. ¿Podrá la falange recomponerse, o terminará absorbida por la lógica electoral?














