Una pieza de leyenda automotriz y futbolística aterriza en Chile: el Ferrari Testarossa negro que perteneció a Diego Armando Maradona ha sido adquirido por el empresario Jorge Yarur, y se suma a su colección privada dedicada al ídolo argentino.
La historia, reconstruida por The Clinic, mezcla deseo, poder y un trasfondo casi místico entre velocidad y adoración.
Según relata el reportaje, fue el propio Maradona quien pidió que su Ferrari fuera pintado de negro, un capricho poco común para la marca italiana en esa época. Su representante, Guillermo Coppola, habría pagado más del doble por la pintura y la exclusividad, logrando que Enzo Ferrari aceptara algo que normalmente rechazaba.
El costo, según el relato, fue de 470 mil dólares más un extra por el repintado, sumando alrededor de un millón en los términos que negociaron con el presidente del Napoli, Conrado Ferlaino.
El Ferrari negro de Maradona llega a Chile
Tras años de silencio, el mítico vehículo estaba guardado en una bodega en Barcelona, olvidado hasta que Yarur, director del Museo de la Moda en Chile y gran coleccionista de objetos relacionados con Maradona, lo rescató.
El empresario aseguró a The Clinic que la autenticidad fue verificada mediante documentos, números de chasis y motor, y que trasladar esa joya a su museo ha sido un acto casi ritualístico: no solo es un auto, sino un símbolo del poder personal y del mito del “10”.
Para Yarur, poseer ese Ferrari no es simplemente un lujo, sino un tributo. En sus propias palabras, el coche “tiene una historia paralela al dueño” —y el hecho de que Maradona quisiese ese color tan poco convencional es una muestra del carisma y la influencia que tenía.
Además, se habría exhibido recientemente en Buenos Aires junto a otras piezas icónicas, como un Delorean y autos vinculados a figuras como Marilyn Monroe.
Este episodio no solo reaviva el mito de Maradona, sino que plantea una reflexión más amplia sobre la memoria: ¿cuánto de lo que idolatramos es patrimonio real y cuánto es reconstrucción simbólica?
El Ferrari negro, ahora en Chile, se convierte en un altar rodante, testimonio de la leyenda viva y del coleccionismo como forma de eternizar a los gigantes.













