Una joven venezolana —identificada como Fabiana— irrumpió en redes sociales con un testimonio inesperado: tras llegar a Santiago con recelo por los rumores que había escuchado sobre el trato hacia migrantes, su vivencia ha sido —según ella— radicalmente distinta. “Yo sé que los chilenos tienen mala fama… pero desde que llegué aquí me han tratado súper bien”, dijo la mujer en un video que se volvió viral.
Fabiana caminaba por las calles de la capital cuando contó que, lejos de agresiones o indiferencia, encontró ayuda, amabilidad e incluso generosidad. “Me he perdido —comentó— y me decían ‘tienes que pasar por acá’ o ‘por allá’. Nada que ver con lo que decían”. Aún más: relató que al intentar grabar su recorrido, algunos transeúntes “querían que grabara con ellos”. Un gesto simple, pero rotundo frente al prejuicio.
“No era lo que esperaba”
El impacto de su testimonio no se circunscribe a una anécdota personal. A lo largo de los últimos años, las denuncias de xenofobia se han multiplicado en Chile, con episodios de agresiones físicas, insultos y discriminación sistemática hacia migrantes, especialmente venezolanos.
Pero su video —y la ola de apoyo que despertó— recuerda que las generalizaciones no siempre reflejan la realidad: que hay muchas personas que, aun con prejuicios sociales, optan por la empatía.
Esta contradicción —entre prejuicio popular y experiencia cotidiana— pone en evidencia una fractura profunda en el debate migratorio: mientras algunos sectores alimentan el miedo, otros demuestran con hechos que la convivencia puede ser menos trágica de lo que proyectan los discursos alarmistas. El testimonio de Fabiana es una advertencia: ni los buenos gestos deben silenciarse, ni la xenofobia intelectual —esa que instala “la mala fama” sin tener contacto directo— debe tener la última palabra.
En un país sacudido por la llegada masiva de migrantes y las tensiones sociales que eso genera, su historia ofrece una pausa. Una invitación al diálogo. Al reconocimiento de que las experiencias importan más que las falacias. Y que muchas veces, la “sorpresa” de lo desconocido puede derribar muros que parecían infranqueables.














