Haber comprometido a la derecha a continuar con el proceso constituyente pocos días antes del plebiscito constitucional del 4 de septiembre pasado, alentar desde mucho antes de que se configurara el borrador final del proyecto constitucional ideas como la descentralización política de las regiones y abrirse, hace pocos días, a la posibilidad de otorgar escaños reservados en la reforma constitucional para el reconocimiento de los pueblos originarios en la actual Carta Magna, son los principales tópicos que tienen a la UDI y su presidente, Javier Macaya, al borde del abismo político interno.
Y es que las principales críticas a la conducción política de la UDI, que en las últimas semanas comenzaron a oírse con fuerza al interior de la tienda fundada por Jaime Guzmán y que apuntan a su timonel, el senador Javier Macaya y su actual directiva, bajo un mismo eje de análisis global: que dos meses del triunfo del Rechazo en el Plebiscito Constitucional, el otrora principal partido de la derecha no haya capitalizado los réditos del triunfo.
«Somos la base del partido, los que soportamos 15 años de arduo trabajo territorial defendiendo unos principios fundacionales, pero que hoy vemos con decepción cómo nuestros líderes partidistas están dilapidando todo el capital de nuestro partido». Con estas palabras, un dirigente territorial de base en la comuna de San Bernardo -que prefirió el anonimato-, explicó a SíntesisChile la postura de parte de los militantes de la UDI que han expresado en privado y en encuentros partidistas su tenaz crítica al timonel de la UDI.
Al interior del partido de oposición son varias las voces que se están levantando para expresar su descontento: “Fue un error. Nadie, ninguna comunidad, por histórica o representativa que sea, puede tener una representación particular. Mañana podrían aparecer otros grupos privilegiados por otras circunstancias, y eso abre una puerta que no es necesaria hoy en día”, dijo el senador UDI David Sandoval, hace unas semanas, lanzando una queja sin contemplación contra Macaya por suscribir el acuerdo que abría paso a los escaños reservados.
Desde la tienda de derecha se dice que los problemas con la directiva dirigida por el senador Macaya comenzaron desde mediados de septiembre pues se considera la directiva estaría llevando su rol de conducción mucho más allá de la idea general del partido en el marco de la negociación del nuevo proceso constituyente: se le acusa de alentar e incluso acelerar el ritmo en las conversaciones y negociaciones políticas en vez de decantar políticamente los réditos del triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida.
Al parecer, por las diversas opiniones en contra de la directiva -que incluso ya comenzaron a levantar el nombre del ex ministro del Interior, Rodrigo Delgado, para la testera de la UDI- radican en que tras el plebiscito en el que los chilenos decidieron por 62% rechazar la propuesta de nueva Carta Fundamental escrita por la Convención tras un año de trabajo, debió encarminarse de mejor forma hacia la capitalización del triunfo.
«Actitud derrotista»
Uno de los factores al que apela la disidencia de la UDI apunta al elemento quizás más criticado al interior de la tienda: el haber comprometido a la oposición a continuar con el diálogo constituyente tras el plebiscito en el caso del triunfo del Rechazo, cuando todos los sondeos apuntaban a la derrota del Apruebo y del Gobierno.
Esto, a juicio del dirigente vecinal de la UDI en San Bernardo, «significó que el entregó al Gobierno y al Apruebo una tabla de salvación que le permitió al Gobierno enfrentar la derrota de mejor forma y continuar manejando la agenda. Eso fue claramente un error, una visión derrotista de la oposición pues hoy, a tres meses del Plebiscito seguimos discutiendo los mismos términos de una nueva constitución que nadie pidió revivir».
Descentralización
el segundo «error» del parlamentario oriundo de Colchagua lo habría cometido en julio pasado, con su participación en el grupo de senadores que apoyó la discusión -en boga por esos días- que apuntaba a modificar el actual ordenamiento jurídico regional del país y buscaba potenciar de mejor forma el empoderamiento local de diversos actores.
“Veo con esperanza el proceso de descentralización de Chile. Que las definiciones en materia ambiental, de toma de decisiones, de ordenamiento territorial, de donde se instalan las industrias en la región, sean tomadas desde las regiones”, dijo el timonel UDI en esa ocasión en TV Senado.
Más allá de las consideraciones reales respecto de si esa discusión podía decantar en un escenario de desorden o aumento de la burocracia administrativa regional, el senador fue duramente criticado por abrir la puerta a un tópico ampliamente resistido en la derecha y que por entonces se deliberaba con fuerza en la Convención, que era la descentralización total de los poderes del Estado, lo que, según el texto constituyente rechazado, otorgaba potestades administrativas a un sinnúmero de actores.
Escaños reservados
Pero la última demostración de la eventual falta de una mirada «estratégica» en favor de los «valores de la derecha chilena» hace pocos días fue la participación de la directiva del partido en el patrocinio político a la ley que garantizaría el «derecho a la autonomía en materias relacionadas con sus asuntos internos y locales” de los pueblos originarios.
Si bien el proyecto fue impulsado por los parlamentarios Ximena Rincón, Matías Walker (ambos ex DC), además de Iván Flores y el independiente Pedro Araya, el libelo contó con el patrocinio de Javier Macaya, lo que fue duramente criticado por sectores del conglomerado opositor.
A juicio de los detractores de la iniciativa, Macaya estaba cediendo a nombre de la derecha chilena un cheque en blanco a una aspiración de los sectores más radicales del oficialismo al abrir la puerta para que este reconocimiento constitucional implicara también garantizar escaños reservados para los pueblos originarios en cualquier tipo de proceso democrático, incluyendo un nuevo cuerpo constitucionalista, lo que se transformó en una de las principales falencias de la fallida convención.
El otro factor: Falta de cohesión
Otro factor que está influyendo fuertemente en la visión de las bases UDI y que juegan en contra del timonel del partido es que al interior del conglomerado de Chile Vamos no se ha podido arribar a un estándar de cohesión necesaria para transformarse en el bloque opositor de mayor influencia frente al Gobierno.
Otro factor relevante, radica en que el Partido Republicano y el Partido de la Gente (PDG) parecen haberle arrebatado a la derecha chilena gran parte del discurso más progresista en lo valórico y que le llevó a Macaya a obtener el apoyo de las generaciones más jóvenes de la UDI.
Al respecto, el académico de la Universidad Adolfo Ibáñez y cientista político, Cristóbal Bellolio, afirmó a El Mostrador que «la verdadera distinción aquí tiene que ver con la forma en que al interior de los partidos de derecha se distribuye la opinión, donde me da la impresión de que las directivas de estos partidos son las que entienden que hay que seguir adelante con el proceso constituyente, y las bases son aquellas que, quizás embriagadas por el triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida, asumen este como un triunfo de las ideas de la derecha, lo que obviamente es un error, porque el Rechazo ganó a pesar de la derecha y no gracias a la derecha».
Frente a ello, Macaya estima que «obviamente tenemos diferencias con la manera de dichos sectores que no son parte de Chile Vamos, pero ellos están en todo su derecho a hacer política como mejor les parezca. Son parte de la oposición, pero con una coordinación diferente; nosotros, respondemos por el actuar de Chile Vamos», sin querer explicar las razones del distanciamiento con las bases UDI.
Para Stéphanie Alenda, jefa de Investigación de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, coautora del último estudio sobre el cambio ideológico de la derecha desde el estallido social, el giro hacia el centro que sobre todos los actores evidencia con más realce la directiva de la UDI corresponde a una especie de «gatopardismo» político.
Según la autora, «observamos una brecha entre los programas de los partidos y las ideas de las elites de derecha (…) Y hablamos de gatopardismo porque si bien la derecha se adapta para maximizar votos, vale decir que el pragmatismo se impone sobre la doctrina, ese cambio es más superficial que estructural. A lo largo del periodo, no se reconoce por ejemplo el agotamiento del modelo de desarrollo heredado de la dictadura», plantea.
«Esta coyuntura crítica tuvo también efectos en el fortalecimiento de una derecha radical que impugnó a Chile Vamos por el abandono de sus valores fundacionales y por ceder al ‘chantaje de la izquierda’ entregando la Constitución del 80. Diría que son dos proyectos los que se enfrentan, uno reaccionario en sus orígenes; el segundo, más pragmático y dispuesto a avanzar sin dogmatismos en los asuntos pendientes de la transición chilena», explica.