El reciente divorcio culposo de Faloon Larraguibel y Jean Paul Pineda — decretado el 9 de diciembre en un tribunal de familia — fue sólo el primer capítulo de un conflicto judicial que promete extenderse. Aunque la separación legal ya está consumada, el ex futbolista anunció que presentará una demanda para regular visitas con sus hijos, lo que marca el inicio de una nueva batalla legal.
La resolución que permitió a Larraguibel “celebrar su libertad con el alma liviana”, como ella misma lo expresó en redes, descansó en antecedentes de violencia intrafamiliar contra ella y sus hijos. El impulso final del fallo lo dio una sanción previa del tribunal al ex delantero, tras ser sorprendido conduciendo en estado de ebriedad, lo que revocó una suspensión condicional y reabrió la causa.
“Divorcio no basta”
Pero lejos de terminar ahí, Pineda ya advirtió que no aceptará el fin del conflicto. Su equipo legal prepara una demanda de “régimen de visitas” alegando derecho paternal, lo que de paso pone en riesgo la custodia exclusiva que momentáneamente recayó en Larraguibel tras la resolución.
El problema verdadero no es sólo legal: es íntimo, no mediático. Detrás del expediente están tres menores, acusaciones de violencia, deudas de pensiones alimenticias —por montos considerados “millonarios” por las partes afectadas— y una madre que reclama protección.
Este nuevo round deja en evidencia algo claro: en relaciones mediáticas como ésta, el divorcio muchas veces funciona como una tabla de salvación temporal, no como punto final. Y en Chile, cuando hay hijos de por medio, los fantasmas de la violencia, la vulnerabilidad y la desigualdad de género siguen caminando junto al expediente.















