Kast endurece discurso y lanza advertencia por “amarres” en el Estado: tensión por norma de despidos escala en campaña
José Antonio Kast volvió a subir el tono del debate político al lanzar una advertencia directa contra eventuales “amarres” en cargos públicos, en medio de la controversia por la nueva norma que endurece las condiciones para despedir funcionarios del Estado. Sus declaraciones no solo apuntan al Gobierno, sino que instalan un mensaje claro hacia el aparato público en pleno cierre de ciclo administrativo.
Kast endurece discurso y lanza advertencia
“Si alguien quiere amarrarse a un cargo, que se cuide”, fue la frase que encendió la polémica y que rápidamente encontró eco en la discusión nacional. Para Kast, la medida defendida por el Ejecutivo no es una garantía laboral, sino una maniobra política que busca blindar posiciones antes de un eventual cambio de gobierno, limitando la capacidad de futuras autoridades para ejercer control y gestión efectiva.
Desde el oficialismo, las palabras del líder republicano fueron calificadas como alarmistas y populistas. El Gobierno ha insistido en que la normativa no impide despidos, sino que establece procedimientos claros para evitar arbitrariedades. Sin embargo, críticos advierten que en la práctica se podría generar una burocracia aún más rígida, donde remover funcionarios se transforme en un proceso largo, costoso y políticamente desgastante.
El trasfondo del cruce va más allá de una norma administrativa. Lo que está en juego es el control del Estado y la narrativa sobre probidad, eficiencia y poder político. Kast ha construido parte de su discurso en torno a la idea de “desarmar los enclaves del poder”, mientras el Gobierno defiende la estabilidad laboral como un pilar de la función pública. Dos visiones que chocan frontalmente y que comienzan a marcar el tono de la disputa electoral que se avecina.
En ese escenario, la advertencia de Kast funciona como señal política y como promesa implícita: revisar a fondo el aparato estatal si llega al poder. El debate ya está instalado y, lejos de cerrarse, amenaza con profundizar la polarización. Una vez más, el Estado se convierte en campo de batalla, con los funcionarios en medio y la ciudadanía observando cómo la desconfianza vuelve a dominar la agenda pública.














